Silvia Ramírez Pacheco
Trabajadora Social
Miembro de la Comisión Ejecutiva Local de Compromís per Alacant
“La ciudad es una memoria organizada”
“En la historia, las mujeres son las olvidadas”
Hannah Arendt
Independientemente de cuál sea el modelo de ciudad desde el que se planifique el ordenamiento urbano, este debe necesariamente realizarse desde el conocimiento del modo en que sus habitantes han de vivir en el interior del territorio. La construcción de las casas, el trazado de las calles, los parques, la ubicación de los servicios, de las fábricas, el transporte público…deben estar al servicio de las necesidades ciudadanas, favorecer sus actividades cotidianas, posibilitar su disfrute, favorecer la convivencia, preservar el derecho de todos y todas al uso de lo construido.
Pero ¿desde qué perspectiva se han, o hemos construido las ciudades?. Podría parecer, porque así algunos lo defienden, que el conjunto de conocimientos que conforman el urbanismo están exentos de contenido ideológico, que el ser humano que habita o habrá de habitar la ciudad es un individuo neutro para el que se imaginan e implementan las soluciones urbanísticas, de tal manera que éstas servirán a todos en la misma medida y todos recibirán en ella igual trato.
Pero el sujetos o sujetos para los que se construye la ciudad es diverso, en edad, en cultura, en género y sus necesidades, derivadas de su actividad en el entramado ciudadano, también lo son.
Sin embargo, históricamente, el pensamiento teorizado sobre la ciudad, ha sido producido por un colectivo muy reducido de habitantes de la misma, siendo los varones activos laboralmente, quienes más posibilidades han tenido de generar discurso y de influir sobre la configuración de los espacios urbanos. Una perspectiva heteropatriarcal, no exclusiva de este ámbito, que no ha tomado en consideración las necesidades específicas de las mujeres. Basta comprobar las dificultades existentes para encontrar escritos sobre ciudad y arquitectura que tomen en consideración la perspectiva de género.
La distribución de los roles entre géneros, ha relegado a las mujeres a los ámbitos privados, a los cuidados, al trabajo reproductivo no remunerado, reservando para los hombres el espacio público y productivo, más valorado y visible socialmente. Y las ciudades se han diseñado para favorecer el trabajo productivo, valorando el mismo y despreciando las actividades vinculadas a la reproducción, al ámbito de lo doméstico, a los cuidados a los miembros dependientes de la unidad de convivencia…El espacio urbano, en cuanto a lugar de encuentro y convivencia, se genera vinculado a las prácticas sociales y, por lo tanto, es el resultado de las relaciones sociales y de poder existentes en la sociedad, también las que perviven entre los géneros. El espacio ciudadano no es, por lo tanto, neutral, responde a una concepción ideológica y también la genera.
“Las experiencias diarias de las mujeres en las ciudades son el resultado directo de las interpretaciones sociales de género y espacio”
Shelley Buckingham”
En cierta manera, esta situación resulta más gravosa con la incorporación al mercado laboral de las mujeres que, mayoritariamente, no abandonan por ello sus anteriores responsabilidades, de tal manera que se convierten en seres multitarea que distribuyen su tiempo entre traslados para acudir al trabajo, a la escuela, a la compra, al colegio, al médico…en unos territorios que no han tenido en cuenta la cercanía de los servicios públicos básicos a los lugares de residencia, y padecen de cierta insuficiencia en transportes públicos colectivos y adecuados en prestaciones, trazado y frecuencia. Bien es cierto que se ha producido la incorporación de algunos hombres a las tareas asignadas tradicionalmente a las mujeres, y que incluso se puede hablar de corresponsabilidad en sectores minoritarios. Bien, la toma en consideración de la perspectiva de género en estos aspectos, favorecerá a ambos en la medida que asigne el mismo valor y atención a las tareas atribuidas tradicionalmente a cada uno/a, y hoy en parte compartidas, a la hora de diseñar el territorio.
Desde este planteamiento se revela como imprescindible la capacitación de los equipos técnicos encargados del planeamiento en la perspectiva de género, la incorporación de mujeres a los ámbitos técnicos y políticos del urbanismo y la participación de las mujeres, junto al resto de habitantes de las ciudades, en la planificación urbana.
“Participación es la posibilidad y el derecho reconocido como ser humano activo en todos los ámbitos de la vida social de una sociedad democrática – político, sindical, familiar, académico, social, etc. – aportando ideas, propuestas, iniciativas, acciones, etc. que contribuyan a modificar y mejorar la realidad que nos rodea; siempre y cuando estas acciones no limiten o impidan el ejercicio de los derechos individuales y colectivos de otras personas”. (Marco Marchioni. 2008).
El derecho a la ciudad de las mujeres, a utilizar lo que ya existe y a crear lo que debería existir, no solo se restringe a su mayor participación en los ámbitos técnicos y políticos, sino a la posibilidad de coparticipación desde el ámbito comunitario y ciudadano en el diseño y la toma de decisiones sobre el espacio urbano. Así resulta imprescindible la participación de los grupos de mujeres en cualquier proceso participativo sobre ciudad, tanto los grupos feministas – habitualmente excluidos por las administraciones en los escasos espacios de dialogo y participación que se establecen – como los organizados en torno a la misma condición social – amas de casa, viudas… – o la pertenencia a una parte del territorio – grupos de mujeres de barrios -. Es necesario dar voz y capacidad de proponer a todas, máxime si partimos de que aun teniendo en común la posición social subordinada que les otorga en conjunto la ideología dominante patriarcal y su consecuente distribución de roles, las mujeres no son un grupo totalmente homogéneo en lo socioeconómico o cultural.
Pero la posibilidad de opinar o influir en la toma de decisiones tropieza con múltiples impedimentos, los derivados de la ausencia de mecanismos, o de la nula utilización de los existentes para la participación real de la ciudadanía, que no se puede restringir al depósito de un voto cada cuatro años, y los relativos a la menor participación de las mujeres en movimientos sociales o políticos organizados.
No solo habrá que arbitrar y poner en funcionamiento mecanismos de participación ciudadana en la toma de decisiones políticas, sino tomar en consideración la disponibilidad real de las mujeres para participar complementando los procesos participativos con medidas que posibiliten la atención a los cuidados y responsabilidades domésticas; establecer sistemas que liberen tiempo y minimicen las cargas a las familias monoparentales, mayoritariamente femeninas y, fundamentalmente aunque con resultados a mas largo plazo, fomentar la corresponsabilidad y educar en la igualdad, en la idea de que los géneros son una construcción social y los roles adquiridos, no innatos.
“La buena organización de la convivencia tiene que permitir la participación en lo común, pero también salvaguardar la protección a lo distinto, a lo específico”.
María Ángeles Durán
“Todas las personas tienen derecho a la ciudad sin discriminación de género, edad, condiciones de salud, ingresos, nacionalidad, etnia, condición migratoria, orientación política, religiosa o sexual, así como a preservar la memoria y la identidad cultural en conformidad con los principios y normar que establecen en esta Carta.” “(… )El derecho a la ciudad es interdependiente de todos los derechos humanos internacionalmente reconocidos (…)”
Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad.
Esa buena organización de la convivencia y el derecho a la ciudad no serán viables mientras las mujeres vean limitada su movilidad en el espacio urbano a causa del miedo, mientras la violencia de género, dentro y fuera de las viviendas, en cualquiera de sus manifestaciones, sea un hecho cotidiano. Violencia física o psicológica por parte de parejas o exparejas, violencia en forma de acosos cotidianos, sean disfrazados de piropos, comentarios sobre el aspecto o directamente insultos, proferidos por hombres que todavía creen tener el derecho a abordar a cualquier mujer y violar su espacio vital sustentando dicha convicción en las relaciones de poder entre géneros todavía persistentes. Pequeñas o muy grandes agresiones, con consecuencias de distinta gravedad; pero que generan sensación de vulnerabilidad y miedo en mayor o menor medida.
Una ciudad permisiva con dichas prácticas, en la que cualquier mujer deba evitar pasar por determinadas calles y a determinadas horas para salvaguardar su integridad, por miedo a resultar dañada, es una ciudad hostil con las mujeres. Una ciudad en la que, por ejemplo, las pintadas con textos insultantes, especialmente dirigidos a chicas jóvenes y habitualmente alusivos a sus supuestas prácticas sexuales, solo se consideran negativos por ser poco educados y ensuciar las paredes, no por sus connotaciones machistas, no solo pone de manifiesto las relaciones de poder y restringe el derecho al uso y disfrute por parte de las mujeres de los bienes y servicios de la vida urbana, sino que las perpetua.
La seguridad a la hora de transitar es un factor importante y, si bien está condicionada por el marco conceptual al que aludimos y requiere de actuaciones para modificarlo que no sitúen la causa en la agredida, sino en el agresor, se puede minimizar con unas mejores condiciones territoriales y ambientales: iluminación de las calles, transportes públicos en horarios más amplios, servicios de seguridad más alertas… y tolerancia social cero.
Nada de lo que acontece en la ciudad es neutro o baladí. Los Monumentos situados en Plazas y Parques en memoria de personajes a quienes se quiere demostrar reconocimiento ciudadano, los nombres otorgados a calles y bulevares, los Hijos Predilectos…¿A cuantas mujeres incluyen?. Como en otros ámbitos, aquí también la invisibilidad femenina resulta patente y el mensaje ideológico también. Los reclamados cambios en las denominaciones de algunas vías urbanas herencia de la dictadura, bien estaría que se tornaran en reconocimiento a la labor de muchas mujeres.
La ciudad es el espacio de relación comunitaria por excelencia, en ella se manifiestan las relaciones sociales existentes y en ella debemos poner en prácticas nuevos sistemas de relación.
Sirvan como resumen las palabras de Marisol Saborido en la Red Mujer y Hábitat de América Latina: “Una ciudad democrática es una ciudad segura, inclusiva y equitativa, lo que implica imprescindiblemente recuperar los espacios públicos como lugares de relación social, de identidad y alteridad, de conflictividad y de expresión comunitaria y política”.
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