Dos años han pasado ya desde el desalojo democrático de las instituciones valencianas, de aquellos que creyendo que estaban por encima del bien y del mal, se habían creído los amos del cortijo, los seres perfectos, o pluscuamperfectos más bien, de esas personas a las que el pueblo les había dado un poder extraordinario, un mandato absoluto para hacer y deshacer y que, creyéndose tocados por los Dioses, habían ido cayendo en la codicia, la soberbia, la avaricia e incluso la lujuria.
Como observador externo (no formo parte ni del gobierno de mi municipio, ni del autonómico) he observado atentamente la evolución de los gobiernos formados por las fuerzas de izquierda coaligadas, para intentar cambiar las dinámicas destructivas a las que nos tenían sometidos a valencianos y valencianas los anteriores gestores. Y me he encontrado con varias sorpresas, a saber; Siempre había creído que esos políticos perfectos que nos gestionaban, nos hacían sufrir a la ciudadanía por nuestro propio bien, realmente ellos sabían lo que se hacían y, al fin y al cabo, la mayoría de los electores les iban dando la razón una vez tras otra. Cuando, de repente, observo con incredulidad, como los nuevos sufren, maldicen, sienten, piden disculpas y dan todas las explicaciones que se les piden, asumiendo los errores como propios y manteniendo un perfil bajo en los éxitos. Parecen humanos, no políticos.
Hemos pasado del pluscuamperfecto al imperfecto, como realmente son las sociedades, diversas, multiculturales, discrepantes, críticas, libres. Del “si bwana” de los que tenían el poder absoluto, ejerciéndolo de manera absolutista, al diálogo abierto, al mestizaje, a la transparencia, al consenso para poder cumplir un programa. Sólo por eso, el cambio ha merecido la pena, habrá errores y aciertos como los hay en los diferentes ámbitos de la vida, pero los detectaremos sin necesidad de tener que hurgar en unas instituciones herméticas, ya que descolgar las cortinas, abrir las marquesinas y los cristales les han dejado expuestos a las críticas, pero también a las sugerencias y al intercambio y ese hecho, realmente no tiene precio.
Llegados a este punto, la incansable tarea de Manuel Alcaraz en aras de la transparencia junto con la personalidad arrolladora de Mónica Oltra, persona que entiende el mestizaje como no he visto en ningún político jamás, se me antojan fundamentales para tirar de un carro en el que el resto de socios de gobierno no ha dudado en subirse para dejar atrás una de las épocas más oscuras de la democracia valenciana.
Bendita imperfección.
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