Respuestas a un cuestionario de Paraules d’Iniciativa por:
ANTONIO GUTIÉRREZ VEGARA
Licenciado en Ciencias Económicas y Secretario General de CCOO entre 1987 y 2000
Paraules d’Iniciativa: Que es mentira que se haya acabado la crisis, como dice el Gobierno del PP, ya lo sabemos: ¿pero cuál es el tamaño de la mentira?
ANTONIO GUTIÉRREZ: La mentira es de las que hacen época. Una mala época, porque empaña logros históricos y ensombrece el futuro próximo. Conjugando equidad social y desarrollo económico desde la IIª Guerra Mundial fue forjándose el difícil e inestable equilibrio entre mercado y democracia cuyo corolario es el Estado Social y de Derecho. La educación, la sanidad y las prestaciones sociales básicas pasaron a ser consideradas derechos de ciudadanía y en el acceso universalizado a ellas se sustanció la igualdad de oportunidades. Que ahora se pretenda retroceder hasta considerarlas bienes accesibles en función de la capacidad económica de los individuos será también volver a la decimonónica diferenciación civil entre “propietarios”, en cuyas exclusivas manos quedaba el devenir de los Estados; y los “no propietarios” considerados como la parte ignominiosa de la sociedad. Pero a estas alturas de la Historia esa involución no puede andarse sin los recortes en derechos civiles, libertades democráticas y adocenamiento de las instituciones representativas. Es el tenebroso panorama político y social que están dibujando la mayoría de los gobiernos en Europa, destacándose entre ellos el español que pone el mayor denuedo en la faena.
Y tan colosal mentira sólo se apoya en un único y famélico dato: un crecimiento del PIB del 0,5%. Porque la última Encuesta de Población Activa correspondiente al tercer trimestre del año, presentado como un buen dato que marca un cambio de tendencia hacia la creación neta de empleo, ni es tan bueno ni menos aún augura una perspectiva halagüeña. La reducción en 190.000 parados coincidiendo con la mejor temporada turística desde que se tienen registros no es ninguna proeza, sino una señal de los estragos sobre el empleo que azuza la reforma laboral: menos empleos de los necesarios aunque aumente la carga de trabajo porque se pueden imponer ampliaciones de jornada sin remunerar (entre otras muchas trapacerías). Por hacer una comparación cercana en el tiempo, el Plan E de Zapatero (que ciertamente era una chapuza en su diseño y fue un coladero en su aplicación, pero quienes más lo abusaron fueron los que más lo denostaron, es decir los gobiernos locales del PP) generó 200.000 empleos entre Julio y Septiembre de 2.009, tan efímeros o quizás algo menos de lo que están siendo ya los de este pasado verano. Y esta es una de esas ocasiones en las que un buen dato oficial no cambia sino que profundiza la indeseable tendencia del mercado laboral en su galopante precarización, sin que las exportaciones (que han vuelto a desplomarse en el mismo tercer trimestre) ni tan magro crecimiento coyuntural la vayan a enmendar positivamente. Y a todo esto sigue habiendo cuatrocientos mil parados más que en Noviembre de 2.011 y medio millón menos de población activa como consecuencia del retorno de los inmigrantes, el aumento de nuestros emigrantes (esta vez con altos niveles de formación, lo que supone transferir capital, el mejor de todos puesto que es capital humano a economías foráneas).
Pd’I.- A la vista de los estragos sociales que causará la crisis: ¿acabará realmente la crisis? Hipotéticamente: ¿qué debería pasar para que se diera por concluida la crisis o debemos pensar sólo en un final “provisional”, en una tregua?
A.G.- Los destrozos sociales y las contumaces políticas económicas, están sumiendo a España en un estado de permanente crisis. Lo más fácil para calibrar el momento de superación de la crisis es, como hacen muchos economistas, limitarse a señalar varios indicadores como recuperar el nivel de empleo existente antes de Septiembre de 2.008, o el de renta etc. Pero no me parece ni suficientemente riguroso ni honesto dibujar ese horizonte. Aquéllos índices de ocupación se dieron con la burbuja inmobiliaria y no es previsible que volvamos a construir 600.000 viviendas anuales y sobre todo no es deseable que este país siga enganchado a un modelo productivo tan pedestre en lo económico, sin producir bienes y servicios que sean competitivos por el valor añadido tecnológico que incorporen y tan cutre fiscalmente, pues el ladrillo es el mayor cenagal de dinero negro.
Cuanto más se tarde en acometer un notable cambio en nuestra estructura productiva que incremente la aportación de la componente industrial al PIB (antes de la crisis apenas rozábamos el 14%, ahora está en el 11%, mientras que los países centrales no bajan del 20%; Alemania sobrepasa el 28%), base ineludible para el tan anhelado cambio de modelo productivo ( tan centrado hasta ahora en actividades intensivas como construcción y hostelería), más lenta y penosa será la travesía del páramo en el que estamos. En esta dirección es inaplazable abrir brecha desde el sector público en la inversión en I+D+i e incentivar las inversiones en actividades que las desarrollen como pueden ser entre otros las tecnologías de la información y la comunicación, energías renovables (subsector donde España ocupaba un lugar destacado a nivel mundial y el gobierno del PP ha dejado caer irresponsablemente en favor del oligopolio eléctrico y las grandes petroleras), servicios avanzados a las empresas; en redes de comercialización internacional de nuestros productos, etc.; claro que para ello hay que reordenar toda la maraña de deducciones y desgravaciones en el Impuesto sobre Sociedades para destinarlas a las actividades que pueden ofrecer una perspectiva industrial más sostenible a medio y largo plazo.
Pero mientras va fraguando la transformación del tejido productivo, que puede requerir más de un decenio, hay cambios urgentes que acometer como por ejemplo animar la demanda interna de consumo mediante mejoras salariales y recomponer paulatinamente los niveles perdidos de equidad social, empezando por aquéllos gastos sociales que afronten con decisión las moral y socialmente inaceptables tasas de pobreza infantil y general; arreglar los jirones en Sanidad y Educación que se han llevado los recortes. Estas medidas, que supondrían atemperar la reducción del déficit público, además de restañar algo la justicia social, serán económicamente más eficientes que las rebajas fiscales a las rentas de capital; las beneficiadas serían las familias más modestas que dedican casi todos sus ingresos a consumos básicos; ese dinamismo de la demanda de consumo acabaría por traducirse en incrementos de la demanda de inversión. También para financiar esta reconducción de las políticas sociales sería necesario tejer los agujeros fiscales que han provocado las (contra) reformas de los sucesivos gobiernos, para obtener recursos en mayor cantidad de quienes más tienen mediante un sistema tributario equitativo y transparente para reducir la elusión y el fraude a la Hacienda Pública.
Restituir derechos socio-laborales y la democracia en las relaciones laborales, inducirá la mejora de la productividad por hora trabajada (la que se obtiene con innovaciones en capital físico, en la organización del trabajo y en la formación de los trabajadores para su mejor adaptabilidad a los cambios). Lo otro, competir vía precios y salarios ni es sostenible, puesto que en un mercado mundializado irrumpen cada dos por tres economías con esas mismas ventajas competitivas aumentadas y corregidas y tampoco estimula otra cosa que no sea la recomposición de la tasa de beneficio con la menor inversión posible, en el menor tiempo posible y sin apenas arriesgarse; así también puede incrementarse la productividad pero por cabeza empleada, a base de jornadas extenuantes, bajos salarios y ningún derecho laboral. Es el mismo y ruinoso derrotero por el que caminamos desde que en mala hora, allá por 1.909, exclamara don Miguel de Unamuno:” Que inventen ellos”. Quienes tenían el dinero se lo tomaron al pie de la letra y cien años después siguen dejando la inversión en I+D+i a los alemanes.
Pd’I.- ¿Crees que en las izquierdas hay capacidad para elaborar programática y políticamente un itinerario de lucha contra la crisis y sus causas o sólo cabe unas acciones de contención mínimas? ¿Qué debería cambiar en esas izquierdas para adoptar una posición más dinámica? ¿Cómo ves la evolución de la confrontación izquierda/derecha en el marco europeo en torno a la crisis, incluidos los sindicatos?
A.G..- La paradójica situación en la que se encuentra la socialdemocracia europea es que por haber asumido con la fe de los conversos los ejes fundamentales del neoliberalismo (lo edulcoraron denominándolo “social-liberalismo”), han sido cooperadores necesarios en la gestación de la crisis. El divorcio entre crecimiento y distribución de la riqueza, tragándose la falacia de la derecha de que “primero hay que hacer crecer la tarta para después repartirla” o la de “gato blanco, gato negro”, expresiones ambas del pionero Felipe González, de pensamiento más vulgar que sus sucesores de la Tercera Vía delineada por Anthony Guiddens y adocenada a su vez por Tony Blair o del Nuevo Centro de Schröder en Alemania, está en el origen de su declive político. Pero la sigue condicionando a la hora de pergeñar una política alternativa y suele quedarse en paliativos a la hegemónica política económico-social dictada por la derecha alemana. Y cuanto más tiempo permanezca atrapada en esa trampa entre un pasado reciente cómplice con el que no se atreve a romper críticamente y la simple modulación de políticas ajenas, más abundarán en la subordinación a la derecha europea en lo esencial y mayor será su descrédito social; es decir irán reduciendo su posibilidades reales de erigirse en alternativa solvente y creíble.
Es grande la responsabilidad que está contrayendo la socialdemocracia porque con su inercia está facilitando objetivamente que quienes condujeron al mundo desarrollado a su peor crisis desde la Gran Depresión, lejos de salir derrotados ideológica y políticamente mantengan su preponderancia en la orientación de la política económica y social en Europa, más aún que en los EE.UU. Cuando bastaría para objetar de raíz las políticas europeas en curso con repasar la historia de la Gran Depresión. En aquélla ocasión, fue precisamente la administración republicana la que transformó un crack bursátil en una depresión económica y social por aplicar las políticas que ochenta años después propugnan las derechas europeas: drástica reducción del déficit público recortando todo tipo de gasto público social y productivo, rebajas de impuestos a las grandes fortunas y desahucios masivos de viviendas para aminorar las pérdidas de los bancos. No obstante quebraron el 10% de las entidades, precisamente las que habían captado en mayor proporción los ahorros de las familias trabajadoras. Tuvo que venir Roosevelt, quien ganó las elecciones de Noviembre de 1.932, para impulsar desde Enero del 33 (nada más tomar posesión de la presidencia) el New Deal. Un Nuevo Contrato con América o Nuevo Reparto como también lo han interpretado varios investigadores de la Historia de la Economía que en pocas palabras consistió en más inversión pública, nuevas leyes socio-laborales para una más equitativa distribución entre capital y trabajo (se promulgaron la primera ley de negociación colectiva, de prohibición, de pensiones, de prohibición del trabajo infantil, de jornada máxima de 8 horas), de regulación del sistema financiero (ley Glasses Steagell para la estricta separación entre banca comercial y bancos de inversión) y en fiscalidad llegó a aumentar en un 90% los impuestos a las grandes fortunas para financiar los proyectos de inversión pública y el incremento del gasto social. Por tanto no se limitó a desplegar un formidable programa de inversiones públicas de choque sino que además y sobre todo, avanzó en la equidad con la legislación correspondiente para materializarla. Henry Ford que pasó de pagarle a sus empleados 7 dólares semanales por jornadas de 12 horas diarias a 5$ diarios en jornadas de 8 horas, tuvo la astucia de subirse al carro del New Deal reconociendo que de no elevarle el sueldo a sus obreros no habría tenido a quien venderle los coches que fabricaba; y al potenciar la demanda de consumo de los trabajadores también innovó el proceso de producción de automóviles, pasó a fabricarlos masivamente en cadenas de montaje y multiplicó considerablemente sus ventas….y sus beneficios empresariales.
Es lamentable que la socialdemocracia ni siquiera llegue a formular un plan parecido al New Deal, que obviamente no era de corte bolchevique sino el programa de un partido moderadamente progresista como lo era el P. Demócrata. A lo sumo han llegado a sugerir un Plan Marshall para Europa, que fue algo bien distinto: ayudas en forma de créditos y/o de inversiones directas en ramas estratégicas de las economías centrales europeas, obteniendo a cambio una muy importante cuota de mercado. En el fondo solo supondría aumentar el gasto coyunturalmente pero la redistribución seguiría con su acusado desequilibrio favorable a los más ricos.
Lamentablemente, también el movimiento sindical europeo ha hecho suya la propuesta de un nuevo Plan Marshall. Quedarse ahí puede suponer que no estén logrando cohesionar solidariamente a los sindicatos nacionales del continente. Sin la extensión de los derechos de los trabajadores en todo el espacio de la Unión Europea (al menos) y sin la ampliación supranacional de sus ámbitos de negociación, para avanzar consecuentemente en la representación democrática de los intereses comunes de los trabajadores europeos aunque vivan y trabajen en diferentes condiciones, están limitando su papel a la mera representación institucional ante las autoridades comunitarias y mermando considerablemente su fuerza y su capacidad de movilización en el ámbito europeo cuando más la precisan los trabajadores
Pd’I.- ¿No crees que en parte de la población más crítica con los efectos de la crisis late un deseo oculto de que las cosas “vuelvan a ser como antes” y que eso puede provocar ciertos espejismos en los que consideran las movilizaciones casi como un proceso revolucionario de cambio?
A.G.- En España ha ido creciendo la decepción, se endurece la crítica y aumenta la indignación de la ciudadanía respecto de los partidos convencionales, incluso puede traducirse en abstención en unas próximas elecciones…pero no aumenta la indiferencia política. Aunque angustie a los dos principales partidos y alguno de los pequeños como Izquierda Unida, el malestar social que no ha encontrado cabeza que lo encauce empezó por auto-encauzarse con el 15M y otros movimientos sociales que han ido autoorganizándose en diversos movimientos como las plataformas anti-desahucios, las “mareas en sanidad, enseñanza, etc y están aglutinándose en un proyecto político novedoso como Podemos. Debería saludarse este proceso en España, mucho más alentador que lo sucedido en Francia o en el Reino Unido donde el hartazgo ha desembocado en desórdenes violentos, asaltos a comercios o incendios en barrios periféricos y la única expresión política que se aprovecha del descontento social es la extrema derecha.
Es pronto para pronosticar el devenir de esta dialéctica que está transformando la indignación social en acción política pero es más improbable lo que desean algunos: que se quede en una sacudida pasajera para después, más pronto que tarde, todo “vuelva a ser como antes”.
Pd’I.- En unos meses habrá Elecciones Municipales y Autonómicas en muchos lugares: es concebible el cambio, al menos en términos de mayorías de escaños según un alineamiento clásico izquierda/derecha: ¿crees que la intensidad del cambio se puede frustrar por confrontaciones en el seno de las izquierdas?, ¿sería posible un acuerdo de mínimos-mínimos con medidas, en los ámbitos pertinentes, de lucha contra la crisis y defensa del Estado social?
A.G.- Aunque pueda parecer sorprendente hay un dato que revela que el agotamiento del sistema bipartidista y la negativa valoración de las instituciones no significa debilitamiento de la democracia, sino todo lo contrario. El voto que refleja disociación entre la valoración de las políticas realmente aplicadas y la que se mantenía a los políticos, es propio de democracias inerciales y tendentes al anquilosamiento. Ciudadanos que se cabrean con su gobierno y llegan a manifestar ese cabreo en grandes manifestaciones y huelgas pero que llegado el momento de las elecciones vuelven a votar a esos gobernantes por simple inercia o peor aún por doctrinarismo ciego, no son electores consecuentes ni conscientes de que con su voto pueden cambiar las políticas que hayan considerado injustas. Bien sabemos que esto ha venido ocurriendo en nuestro país con más frecuencia de la deseable.
Tal vez, la fulgurante subida de Podemos pueda estar indicándonos que buena parte del electorado está dispuesto a romper aquéllas inercias y decidir su voto por la percepción que tenga de las políticas realmente desarrolladas y de los políticos por lo que hacen y menos por lo que aparentan o por designios doctrinarios, que son los más peligrosos para la convivencia democrática. Si esta mayor congruencia entre percepción política y votos va confirmándose, comportará una revitalización de la democracia en España. Y este puede, debería ser el momento de las izquierdas, porque es ella la que sólo es concebible si asocia su futuro al fortalecimiento de la democracia inequívocamente y disipa así cualquier sombra del pasado que se quiera proyectar sobre su talante democrático. Pero simultáneamente debe desterrar su vocación cainita que tantas veces les ha llevado tratar de vencerse los unos a los otros para terminar, como siempre, derrotados todos a manos de la derecha.
Sí, es posible y deseable la sincronización de propuestas programáticas y de compromisos verificables de regeneración de la vida política y del entramado institucional, aunque cada cual preserve su identidad, aspiraciones y hasta sus candidaturas diferenciadas, pero desde una plasmación previa, clara y detallada de aquellas propuestas comunes y compromisos asumidos. Falta comprobar si tendrán la inteligencia que aconseja restarse previamente las ansias particulares de protagonismo para sumar y vencer.
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