Manuel Alcaraz Ramos
A veces la mejor manera de interpretar y de explicar un hecho político es la de asimilarlo a una fiesta: se suspende el tiempo ordinario; se concentra lo real en un punto de fuga para, precisamente, evadirse de la realidad; lo raro se hace posible y se conserva como belleza y símbolo, perdurablemente, en la memoria de los protagonistas. Así, los resultados electorales de Compromis en 2015, prolongados por el éxito posterior en convocatorias de Elecciones Generales, y la consecuente acumulación de poder en casi todos los niveles políticos. Pero las fiestas se acaban. Nada hay más pernicioso que querer vivir el día a día, lo ordinario, sub especie festiva. Hay riesgo de pasar de exaltar la amistad a negar lo evidente. Algo así ha sucedido en Compromis en el ciclo electoral de la primavera de 2019. Los resultados se están viviendo precisamente como un contrapunto hiriente a la existencia festiva en la que nos habíamos instalado. Por eso es compatible el hecho de que, en muchos ámbitos, los resultados sean más que aceptables, con la sensación colectiva de pérdida. Por eso es posible entender el momento tanto desde el sentimiento de derrota como desde el sentimiento de victoria. Valga casi todo, pues. Pero no el desaprovechar la ocasión para despertar y organizar la vigilia.
Para ello, con prudencia, me atrevo a proponer varios entornos de reflexión, en aquellas cuestiones en que, me parece, hemos tocado techo.
- 1.- El modelo de organización es insostenible. No se trata, necesariamente, de reabrir el debate partido/coalición, sino de definir un modelo con una dirección responsable, que dirija y no se limite a coordinar, con cargos definidos y predominantemente políticos y no técnicos. Y con las suficientes dosis de disciplina -o, si se prefiere: coherencia- para que las decisiones que democráticamente se adopten se ejecuten con una cierta homogeneidad. Y con una estrategia de formación de cuadros políticos. Y no estaría de más repensar, con tiempo, los efectos secundarios de las Primarias.
- 2.- Se ha agotado un capital simbólico basado en la reiteración de discursos y microrrelatos que fueron muy eficaces cuando, reyes de las redes, oponíamos conceptos alternativos intuitivos a la pesada densidad de la realidad del bipartidismo y, en especial, a la corrupción del PP. Alzar banderas de sonrisas, amor y valentía no convence a nadie ni nos procura alianzas perdurables. Lo naif no nos hace imparables, sino vulnerables ante nuevas reivindicaciones y a la exigencia de eficacia y transparencia que tan buenos resultados, sin embargo, nos han dado en el gobierno de la Generalitat. No podemos instalarnos en un pensamiento mágico que considera que las palabras generan realidad a voluntad o que cree que todo aquello que sucedió en el pasado volverá a suceder -por ejemplo remontar encuestas-.
- 3.- Si la división de la organización en colectivos tendencialmente autosuficientes ya nos priva de la capacidad de generar sinergias, más grave es la instalación en un imaginario del mundo basado en la fragmentación. No concebimos la sociedad como un conglomerado complejo de ciudadanos y ciudadanas, esto es, de personas portadoras de derechos y obligaciones iguales, que precisan de la política para alcanzar sus fines -incluyendo la realización real de la libertad y la igualdad-. Nos sentimos más cómodos suponiendo que la realidad es la suma mecánica de grupos de identidad e intereses preferentes. Paradójicamente, al imaginario del cambio al que convocamos al conjunto de la sociedad, acabamos por oponer el imaginario de la protección a sujetos parciales, halagados en sus valores, idealizados en su significado. Electoralmente eso es un nocivo porque ni esos sectores nos votarán per se, ni ganamos votos dirigiéndonos a quienes ya nos votan, convencidos de que les tratamos muy bien. La dialéctica del bueno/malo, me gusta/no me gusta, tiene un alcance limitado en las urnas. Creemos que edificamos símbolos, pero, a veces, nos limitamos a hacer gestos. Y ruido.
- 4.- Carecemos de un modelo de Estado y de UE, por lo que no es extraño que los resultados en esas Elecciones sea desastroso, según sus resultados, que demuestran que la ciudadanía no nos ve en Madrid o Bruselas-Estrasburgo. Defender como nadie la financiación justa o el corredor mediterráneo no servirá de mucho si no comprendemos que ambas cosas son interdependientes de otros asuntos, tales cómo los equilibrios territoriales globales, los discursos generales sobre el papel de España en la UE o en los nuevos mapas geoestratégicos, las alianzas entre Comunidades, las políticas culturales globales, el emergente papel de las ciudades… Y eso, a su vez, no es algo aislado de la elección entre la perseverancia en el modelo autonómico o la apuesta por un federalismo que puede construirse paulatinamente; de la simpatía con unas fuerzas políticas o con otras; de la apreciación sobre una tercera España -la que no se quiere ir pero tampoco permanecer subordinada al centralismo-; o de los nuevos retos generales a la UE ante la globalización -el proteccionismo selectivo, compatible con la crítica al proteccionismo de Trump, no parece una alternativa-.
- 5.- Hay que resituar el debate latente sobre nuestra identidad colectiva desde otras perspectivas de las habituales. Lo malo no es que exista una parte de Compromis muy pendiente de estas cosas -para enzalzar o para criticar- sino que se haga con categorías analíticas superadas. Eso lleva a enmascarar los desequilibrios en valoración y voto a Compromis en el conjunto del territorio y nos condena a controversias estériles, porque cada sector selecciona un elemento único o prioritario como bandera de justificación de convicciones adoptadas a priori. La verdad es que son muchos los factores en juego, entremezclados. Y algunos de los preponderantes han alterado radicalmente el horizonte en que se generó la ideología valencianista progresista hace muchos años. Así: el reparto del agua, la incompatibilidad entre las actuales redes de relaciones económicas humanas y de flujos de todo tipo con muchas de las comarcas dibujadas en los mapas mentales del valencianismo, la inserción de una inmigración masiva, las restricciones a ciertas actividades por la globalización y la amenaza del cambio climático, la conciencia de ser una sociedad relativamente pobre cuando antes fuimos ricos, la preponderancia de las ciudades frente a otras expresiones de poder o la emergencia de nacionalismos de ultraderecha en Europa. Y, sobre todo: la fuerte e insólita presencia de Compromís, fuerza valencianista, en nodos clave de las redes de poder político, que obliga a Compromís y al resto de la sociedad a pensar algunas cuestiones esenciales en términos políticos, con sus consecuencias jurídicas y económicas, y no en términos meramente ideológicos.
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