Por Cristina Mollà. Periodista
Si hay un dato que resulta común en todos los estudios demoscópicos publicados durante los últimos cuatro años es el de la gran aceptación de Mónica Oltra entre la población valenciana para ser la Presidenta de la Generalitat.
A la pregunta de ¿a quién prefiere usted para el cargo de la Presidencia?, es recurrente la obtención de más de un 30% de respuestas favorables a la lideresa de Compromís y hoy Vicepresidenta de la Generalitat. El actual Presidente, Ximo Puig, concita entre un 14 y un 16% de preferencias, Isabel Bonig supera con dificultad el 10% y Toni Cantó ronda el 7%.
Aunque hubo quien pronosticó que la implicación en la gestión directa en una parcela tan compleja como la de la igualdad y atención social acabaría por erosionar la buena imagen de Oltra, está resultando todo lo contrario, “arremangarse y bajar al fango” consolida las preferencias ciudadanas.
Quizás la época del lujo y la “sobriedad” institucional como sinónimo de lejanía de los problemas corrientes haya pasado a la historia. Quizás el recuerdo del despilfarro y corrupción en que derivó el discurso de los grandes eventos y las ganancias fáciles haya quedado marcado en la sociedad valenciana. Y quizás el estilo cercano, comprensivo y, a veces, hasta tímido pero al mismo tiempo desenvuelto y atrevido de Mónica Oltra resulte más atractivo para tanta gente que la lejanía de las vanidades vacías y los discursos engolados y “chapa” sobre lugares comunes.
La honestidad y el trabajo parece que recuperan su valor y tienen como recompensa el reconocimiento popular. No es poca cosa. En un marco en el que el discurso político dominante se centra en simbología y demagogia, en el que es difícil discernir entre la información y la propaganda manipuladora, en el que las fake news son moneda corriente, en que el “tongo”, el espionaje y el aprovechamiento indecente de lugares de privilegio están a la orden del día, parece que el mantenimiento de la lealtad institucional, el discurso reivindicativo y la dedicación exhaustiva a la resolución de los problemas reales de las personas atraen a una parte importante de la población. La seguridad de la ciudadanía no está en llevar pistolas ni en “medirse” las banderas, sino que está en la confianza en que quien nos representa se ocupa realmente de nuestros problemas y necesidades diarias: tener un trabajo digno, una cobertura sanitaria completa y de calidad, una educación pública, unos servicios sociales integrales, igualdad en derechos, instituciones abiertas y transparentes, ciudades limpias, sostenibles y acogedoras… Estas, y muchas otras, son preocupaciones reales, y tener como prioridad asegurar el bienestar y mejorar la vida de las personas es el sentido mismo de la POLÍTICA.
Quizás el secreto sea tan simple como practicar en la vida pública la combinación de la honestidad y el trabajo. Tan simple, tan deseable y, en los tiempos que corren, tan inusual.
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