Aitana Mas. Diputada i Portaveu adjunta de Compromís a les Corts Valencianes
La polémica generada en torno al vídeo del ministro de Consumo, Alberto Garzón, vuelve a constatar la incapacidad que tenemos en España de mantener un debate racional, serio. A mi entender, al margen de las protestas del sector cárnico y las ocurrencias políticas de distintos signos, hemos perdido el foco sobre dos aspectos importantísimos que subyacen en esta polémica sobre cuánta carne deberíamos consumir: la batalla cultural sobre el tipo de consumo que queremos y el desplazamiento silencioso y paulatino que sufre un aspecto cultural de la civilización mediterránea, como es su ancestral dieta.
Poco habría que discutir sobre el contenido del vídeo: es meramente informativo, una exposición de datos y recomendaciones sobre los efectos que tiene el consumo excesivo de carne y su producción a gran escala en la salud y el medio ambiente, cimentado en datos científicos de organizaciones del entorno internacional de España. Es un comentario responsable desde el punto de vista de la salud pública, como debería ser la acción de cualquier administración democrática, y que podría haberse aceptado como un elemento reflexivo en el aspecto económico.
Sí que tendríamos que hacernos mirar algunas de las reacciones al vídeo, entre ellas la del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, alabando los chuletones (“Donde me pongan un chuletón poco hecho, eso es imbatible”). Moncloa ha perdido una oportunidad para hacer pedagogía con un asunto más importante de lo que nos apetece pensar. Y quizás en estos tiempos de gurús de la comunicación lo normal en el juego político sea no tratar a la sociedad como un conjunto de personas maduras y racionales, no molestarla diciéndole lo que conviene o no. Desde luego, no es responsable.
En este sentido, también llama la atención la verborrea del presidente de Castilla-La Mancha, siempre atento a posicionarse en el tablero estatal. Emiliano García-Page intenta sacar rédito contra el socio de su partido en el Gobierno del Estado, una vez más, de una manera muy cínica. Y es que, en el fondo, el debate no es tanto la carne como su modelo de producción y consumo. No toda carne se produce igual, no toda carne contamina lo mismo. Y eso hay que decirlo de una forma u otra. Detrás de la contaminación medioambiental a la que apuntaba Garzón en su vídeo se esconde el tipo de modelo de negocio que precisamente defiende el gobierno de García-Page. No es lo mismo la ganadería intensiva, promocionada también vía subvención por el presidente manchego, que la tradicional extensiva. La primera resulta excesivamente contaminante, crea pocos puestos de trabajo y contamina suelos y aguas. Haría bien García-Page en escuchar a la ciudadanía que resiste contra las macrogranjas en los pueblos de la serranía de Cuenca. La polémica, por tanto, tiene algo de tramposo.
Pero déjenme que le ponga un poco de perspectiva valenciana. Más allá del modelo de consumo y su sostenibilidad, el debate recoge ecos de la España profunda, quitando el foco a otro asunto de vital importancia sobre la alimentación de nuestra ciudadanía como es que, cada año, se va abandonando la tan alabada dieta mediterránea, patrimonio de la Humanidad desde hace 11 años y que dibuja un cambio de escenario social en el que nuestro modo de alimentación actual produce cada vez más sufrimiento al planeta y una peor salud de la ciudadanía. Quizás la campaña de información de Garzón debería haber estado equilibrada con una promoción sin ambages de esta forma ancestral de alimentación, sostenible medioambientalmente y saludable. Pero puede que estemos pidiendo demasiado. En cuanto a alimentación, y no hablemos ya sobre corredores ferroviarios, España no parece muy mediterránea.
¡Pedagogia, pedagogía y més bollit!
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