Alfonso Puncel
Cuando se habla de construir una economía verde inmediatamente se piensa en placas solares o aerogeneradores, pero es mucho más que producir energía renovable aunque esta es un elemento clave en ella, es una transformación que afecta al antes, al durante y al después de la producción o el consumo de bienes y servicios. Es, en esencia, un forma práctica de economía política y de la economía ecológica.
Mientras aquella trata del desarrollo de las relaciones sociales de producción, es decir, las leyes económicas que rigen la producción, la distribución, el cambio y el consumo de los bienes materiales en la sociedad humana, en los diversos estadios de su desarrollo con una perspectiva histórica, la economía ecológica es la disciplina de la gestión sostenible o el estudio y valoración de la sostenibilidad para crear modelos de producción integral e inclusivo que toma en consideración variables ambientales y sociales.
Y en esta diferencia es en lo que se basa la existencia de un departamento de economía sostenible y otro departamento con competencias en medio ambiente pero ambos confluyen, sin solaparse, en la necesidad de asegurar el bienestar humano reduciendo y corrigiendo el impacto que las actividades humanas tiene sobre el medio natural. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) define la economía verde como aquella que da lugar al mejoramiento del bienestar humano e igualdad social, mientras que se reducen significativamente los riesgos medioambientales y la escasez ecológica.
Por lo tanto, el concepto reconoce la inseparabilidad de las 3 vertientes de la sostenibilidad (la social, la económica y la ambiental) con el objeto de promover las situaciones en las que se beneficien los 3 aspectos y, cuando las soluciones intermedias son inevitables, apoyar las decisiones sensatas con la información y datos adecuados. Así pues abrir un proceso de transición hacia una economía verde es mucho más que atender las peticiones para colocar paneles fotovoltaicos domésticos o aerogeneradores, es una transformación de todos los procesos económicos que llevan a mejorar la vida de las personas, la comodidad en sus relaciones, asegurar la continuidad de la vida (humana) sobre el planeta, mejorar las condiciones de vida para que podamos desarrollar las capacidades intelectuales que, como seres sociales e inteligentes, hemos desarrollado.
Si tuviéramos que resumir en pocas palabras el programa verde este sería “asegurar la Vida, mantener la Vida, mejorar la Vida” pues esos son los objetivos, nada ideológicos, que justifican iniciar una transición hacia una economía verde.
Asegurar la Vida supone inevitablemente frenar la inercia consumista, desarrollista del capitalismo que, en contra de lo que se piensa o se sostiene por los más cerriles defensores de ese modelo de economía, no frena la creación de empleo ni la pérdida de calidad de vida de las personas. Muy al contrario, supone como han demostrado economistas de todo el mundo y han puesto en práctica en muchos países, la creación de “otro” tipo de empleo y otro modelo de crecimiento económico que evite o aminore sustancialmente los impactos que la actividad humana provoca sobre el medio ambiente, es decir, sobre la base que asegura la vida humana sobre el planeta.
Pero la economía verdes es también mucho más que la creación de empleo, implica una nueva fiscalidad tanto en los impuestos que se cobran como en las cantidades de estos. Se mantienen estructuras fiscales propias del siglo XIX basadas sólo y exclusivamente en las rentas de las personas físicas sin diferenciar el origen de ese enriquecimiento, se mantienen figuras impositivas obsoletas (y por tanto residuales en términos de ingresos del estado particularmente en las administraciones locales) y sin embargo no se incorporan nuevos impuestos sobre actividades humanas que generan poco empleo pero sí grandes ganancias económicas (las plataformas tecnológicas), el sistema de impuestos indirectos no diferencia el impacto que determinados productos tiene sobre el medio ambiente en el momento de determinar el tipo impositivo (tiene el mismo IVA una botella de plástico que una de cristal por ejemplo cuando el coste de su tratamiento y reutilización es diferente), no existe una diferenciación en los impuestos sobre las actividades económicas que incorpore los impactos indirectos que se externalizan y que finalmente pagamos todos y no se beneficia a aquellas actividades que reducen dichos impactos. En definitiva se sigue pensando en términos desarrollistas pero, para más inri, en un modelo desarrollista del siglo pasado cuando la economía se encamina por otros derroteros más vinculado con la reducción de las cargas físicas del trabajo y un aumento de las actividades creativas.
Así la economía verde que se está intentando implementar ha de convencer a la ciudadanía de que no es un ataque contra su forma de vivir sino una forma de mejorar todo aquello que los seres humanos deseamos que es, básicamente, disfrutar del tiempo que estamos en este planeta. Este es seguramente el gran reto de la acción política de las tres próximas décadas.
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