Subsecretario de la Conselleria de Transparència, Responsabilitat Social, Participació i Cooperació
La digitalización de nuestras vidas trae la posibilidad de un uso generalizado e indiscriminado de los datos. Es el signo de nuestros tiempos los avances de en nanotecnología, la medicina regenerativa, la genómica, la impresión 3D, la nueva carrera espacial (relacionada con la minería de asteroides y no con alcanzar nuevos planetas) que se une a la digitalización de nuestras vidas en todas las esferas aproximándonos a la “singularidad tecnológica” en un concepto acuñado por Raymond Kurzweil, si bien este concepto tiene dos interpretaciones.
La idea más extendidas es que se llegará un momento en que el incremento de tecnología y la relación entre esas tecnologías producirá una superinteligencia artificial que superará a la inteligencia humana y, en la distopía consecuente, las máquinas someterán a los humanos hasta tu extinción. Seguramente cuando dispongamos la superinteligencia le haremos la pregunta que ha atormentado a la humanidad desde que tenemos conciencia y esta es “Existe Dios?” y la respuesta nos atormentará aún más: “Ahora sí”. Pero los tecnólogos, que están con las «manos en la masa», son escépticos que se alcance esta supermáquina y aún menos que sea capaz de incorporar valores éticos y los matices creativos de la mente humana. Particularmente la ironía, el doble sentido, el lenguaje no verbal, las metáforas, el lenguaje onomatopéyico, etc no es posible (ahora) que una maquina lo interprete, no tanto que lo reproduzca sino que lo interprete y lo comprenda.
La científica Margaret A. Boden que mantiene esta afirmación a partir de sus estudios sobre inteligencia artificial en su larga vida. Desde el punto de vista intelectual, más allá de sus aplicaciones prácticas, la IA dice también mucho de nuestra propia inteligencia, de cómo actúa nuestra mente. Nuestros avances en el desarrollo de esta tecnología revolucionaria que están sirviendo asimismo para saber cómo funciona nuestra memoria, cómo razonamos, cómo utilizamos el lenguaje y cómo aprendemos acerca del mundo que nos rodea. Existe el convencimiento de que la IA facilitará nuestras vidas, pero hay que tener en cuenta también su lado oscuro. Boden ofrece en sus trabajo una visión global del asunto, poniendo a nuestra disposición la información adecuada para entender aquello de lo que estamos hablando y sus consecuencias.
La otra interpretación, desde mi punto de vista más posible, no es tan negativa y se relaciona con el desarrollo del sistema productivo hacia una utopía tecnológica que, para que nos entendamos, se aproxima a la visión de “Star Treck”. En estas películas la tecnología está al servicio de una mayor calidad de vida de las personas (hasta el punto de poder definir esa sociedad como comunista dado que cada cual aporta según su capacidad y recibe según sus necesidades gracias, por ejemplo al “replicador” que ofrece comida instantánea, y si os dais cuenta sin pagar). Una sociedad en la que no se pagan sueldos y la única autoridad es el conocimiento y el comportamiento correcto. Pero también esa utopía es una sociedad ética hasta el punto de que Data, la inteligencia artificial principal de la nave Enterprise que asesora al capitán Picard, tiene entre sus preocupaciones fundamentales entender y hacer reflexionar a la tripulación sobre su comportamiento ético y sobre las consecuencias de sus actos. También sobre las alternativas que los humanos tenemos para decidir nuestro destino.
Así entendida, la singularidad tecnológica supone que la acumulación de tecnología nos llevaría a un salto cualitativo de las estructuras productivas, las estructuras sociales y económicas de la humanidad. No es la primera vez que se da esta singularidad tecnológica. De hecho desde que el hombre es hombre y uso un palo para rascar el suelo, sacar miel de un panal o utilizó una piedra para rasgar, golpear o matar, es un ser tecnológico que es, por sí mismo, un salto cualitativo del ser social.
Cuando esas tecnologías coinciden en un momento determinado y se usan para incrementar la eficacia de cada una de ellas, se da una singularidad tecnológica, punto de no retorno hacia fases tecnológicas anteriores. Porque una particularidad de los inventos y descubrimientos es que no se pueden desinventar o desdescubrir. De hecho descubrir significa levantar el velo de aquello que está cubierto y la palabra invento significa venir a dentro de aquello que está fuera. Así una vez levantado el velo de las cosas o llegada a nosotros de las cosas ya no se puede volver a ocultar o apartar. Podremos poner límites, renunciar a su uso, darle usos adecuados, pero no hacerlo desaparecer de nuestras vidas.
Ahora andamos aproximándonos, como en un agujero negro, al horizonte de sucesos de esa singularidad tecnológica aunque no sabemos exactamente qué hay detrás de ese horizonte puesto que la luz desde dentro no nos ilumina. Siguiendo con esta metáfora espacial podemos dejarnos caer hacia la singularidad o aprovechar la fuerza de la energía gravitacional para redirigir ese camino sabiendo que el desarrollo humano tiene un límite factual como es el límite físico de nuestro entorno Se ponen muchas esperanzas en la minería de asteroides en los que encontraremos todos los minerales agotados, las tierras raras, piedras preciosas, litio, quizás coltán. De hecho, el oro, cobalto, hierro, manganeso, molibdeno, níquel, osmio, paladio, platino, renio, rodio, rutenio, y el tungsteno extraídos de la corteza terrestre, y que son esenciales para el progreso económico y tecnológico, vinieron originalmente de la lluvia de asteroides que golpeó la Tierra después de que la corteza se enfrió. Esto es así porque, mientras que los asteroides y la Tierra estaban congelados de los mismos materiales de partida, la enorme gravedad de la tierra sacó todos esos elementos pesados siderofílicos (amantes del hierro) en el núcleo del planeta durante su juventud fundida hace más de cuatro mil millones de años. Esto dejó a la corteza agotada de estos valiosos elementos hasta que los impactos de asteroides reinfundieron a la corteza empobrecida con metales.
Tan cierta es esta alternativa que ha merecido que el 25 de noviembre de 2016 el presidente Barack Obama, firmó la «Ley del espacio», cuyo objetivo es incentivar la exploración privada del espacio y uno de cuyos títulos, precisamente, permite la futura apropiación de asteroides y «otros recursos espaciales» tanto a las personas como a las empresas que dispongan de la tecnología necesaria para llegar hasta ellos. Dice la ley que el gobierno norteamericano no se interpondrá en estas actividades y garantiza a quien sea capaz de extraer materiales de un asteroide, el derecho a «poseerlo, transportarlo, usarlo y venderlo», renunciando además a cualquier pretensión de soberanía.
Esta práctica es la expresión máxima del “Principio del garbanzo perdido” que determina que el coste energético de extraer cada vez menos cantidad de materias primas se incrementa de manera directamente exponencial en relación con la limitación del material deseado. Básicamente lo que dice este principio es que cuando se nos cae un tarro de garbanzos, la cantidad que podemos recoger en un primer momento sin demasiado esfuerzo es un 50%; el siguiente 20% nos supone sacar la escoba y el recogedor que supone ya un esfuerzo y un gasto de energía superior; el siguiente 10% ya supone agacharse y dedicar más tiempo y esfuerzo en saber dónde están los garbanzos y probablemente sacar el aspirador gastando energía eléctrica; el siguiente 5% está tan escondido en los resquicios y bajo muebles, nevera, cocina que ya nos merece la pena el esfuerzo y el tiempo, pero que si lo hiciéramos habría el coste sería demasiado alto incluso de limpiar los garbanzos. De esta forma el restante 15% queda sin recoger y solo valdría la pena recogerlos si fuera urgente tener esa cantidad para comer. Aplicado a materias primas, eso ya está pasando con el petróleo y otras materias primas básicas cuya extracción es más costosa. El asalto a los asteroides es otra muestra de esto. ¿Cuánta energía se gastará (es decir cuánta materia prima) cuánto esfuerzo tecnológico y recursos para obtener, por ejemplo, platino que servirá para ser gastado en otro esfuerzo tecnológico para seguir extrayendo más platino de asteroides cada vez más lejanos?. Ese es el avance de la humanidad gracias en buena medida al síndrome de abstinencia de tecnología que padecemos las personas. Un síndrome que nos engancha al “consume que algo queda”.
Queda para otro artículo hablar de las nuevas desigualdades que nos traerá esta singularidad tecnológica, el papel de los nuevos Estado-empresas, la desvirtualización del concepto de “democratización de la tecnología” y la neutralidad de nuestras vidas que comporta el uso indiscriminado de la tecnología para nuestras relaciones sociales que nos hace ajenos a nosotros mismos.
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